sábado, 31 de mayo de 2014

Amigos a pesar del tiempo


Es curioso como en un lugar como el centro de reinserción social del estado, la cárcel le dicen algunos, un sitio en donde los sentimientos nobles y buenos debieran ser escasos, a veces se dé el fenómeno contrario, el fin de semana pasado me toco vivir uno de los aprendizajes más entrañables en este sentido y fue sobre la lealtad y la fidelidad entre las personas.

-La vida siempre da revanchas y oportunidades para mejorar, solo hay que ser paciente y esperar la ola correcta para subirse a ella-, era el consejo que me daba un antiguo amigo de la secundaria que junto con dos más de la misma generación me visitaron, el encuentro había sido una increíble sorpresa porque a uno de ellos, hacía más de 25 años que no lo veía, así que cuando lo vi parado en la puerta de mi celda, imaginaran mi enorme sorpresa, porque para empezar tuve que reconocerlo, y es que uno se pregunta ¿Cómo podemos cambiar tanto de adolescentes a adultos?

Después de los saludos formales y la plática trivial, entramos a esta especie de evaluación de vida, que siempre surge durante la visita de las personas que vienen por primera vez. Generalmente inicia con la pregunta de… ¿como estas? y que lleva implícito un dejo de innecesaria compasión.

Suelo hacer una breve sinopsis de los logros que hemos tenido en estos casi once años de vivir en este lugar y demostrarles que solamente estoy privado de la libertad, pero que no estoy enfermo, ni trastornado, ni nada por el estilo y que en lo que cabe, con las limitaciones obvias, llevo una vida tan normal como la de cualquier persona.

Así, La mañana del domingo transcurrió entre cafés y pan de dulce, recuerdos, risas, confesiones y ¿porque no?, algunas lagrimas, las remembranzas de los antiguos compañeros de aula y como cada uno había tenido diferentes destinos, los que habían “triunfado en la vida”, en los términos que marca la sociedad y los que solo vivían, si evaluamos en los mismos parámetros, a lo mejor una vida gris.

Entre mis visitantes de esta ocasión había de todo, estaba el triunfador en lo económico, pero que había sufrido mucho en la cuestión familiar, dos matrimonios con hijos y dos divorcios, -es difícil encontrar a la compañera perfecta- se lamentaba.

El venia dos o tres veces por año y cual moderno Santa Claus traía un montón de comida que repartíamos entre los compañeros, me daba mucho gusto mirarlo con toda su alcurnia y ropa de marca, sentarse en el comedor del modulo donde vivo, para compartir la comida y escuchar las historias de los internos penitenciarios, finalmente lo que más necesita la gente es eso, ser escuchados…

También estaba el que aun no había llegado a la estabilidad económica ni familiar, nos contaba sus cuitas, tenía dos hijos, una pareja de jóvenes ya, uno de ellos les había confesado que era homosexual, -no estamos preparados para escuchar eso, pero son nuestros hijos, que se hace…- nos decía, sin poder evitar una lagrima de frustración, el era mi compañero de mil batallas, habíamos estado juntos en las duras y en las maduras, nos habíamos disgustado y perdonado, era quien más fuerte me reprendía pero también el que más cálido me aconsejaba.

Y finalmente el amigo al que no veía desde hacía más de 25 años y que parecía el más “normal” de todos, consiguió al salir de la carrera un buen empleo en una dependencia del gobierno federal y estaba encaminado a una jubilación segura y sin contratiempos, incluso parecía que se quejaba de lo tranquila y pacífica que era su vida, todo transcurría como marcan los cánones sociales, incluso tenia “casa grande” y “casa chica”, -Desde que supe lo que te paso, había querido venir, pero por una cosa u otra no se había podido, pero nunca has dejado de estar en nuestras oraciones- fue su comentario.

Al final nos despedimos sin promesas ni ofrecimientos de volvernos a ver pronto, cada uno seguiría jugando el rol que hasta ese momento había tenido conmigo, sin embargo la mañana tan hermosa que nos habíamos regalado valió la pena.

Ahí estábamos parados, en la rampa de salida del centro de reinserción social, en un abrazo comunitario, cuatro adultos que peinamos canas, en la medianía de la vida con la convicción de que ya nos habíamos ganado el derecho de poder mirar el resto de nuestra existencia con desfachatez y optimismo, sin importar que deparaba el futuro. No había manera de evitar las lágrimas, ante tal demostración de fidelidad y lealtad.

¿Te detienes un momento a reflexionar?... En esto de los amigos, ¿el afecto, entre amigos, aunque se demuestre de distintas maneras, siempre tiene la misma intensidad?... ¿Qué piensas?...

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