lunes, 12 de enero de 2015

De los delitos y las sentencias

Una de las costumbres que están más arraigadas en el centro de reinserción social es la de que, después de ser sentenciados, los internos se acerquen a la capilla o al consultorio en busca de consuelo, más allá de si lo merecen o no, el haber escuchado de viva voz a muchas personas en los momentos posteriores a que les dijeron que estarán privados de su libertad durante un tiempo determinado, me ha enseñado mucho acerca las reacciones humanas.

Como supondrá estimado lector, la reacción depende mucho de la combinación de dos factores: el número de años a los que fueron sentenciados y su edad cronológica, mientras más jóvenes y menor es la sentencia lo toman con mayor esperanza y optimismo, la libertad no se mira tan lejos y finalmente esto es como un tropezón en la vida del que al final, te puedes levantar y continuar.

-“Psicólogo” ¿puedo platicar un rato contigo?-, me pregunto “chucho”, un chico como de 20 años que acababa de ser sentenciado a seis años por robo agravado, -claro, con gusto, ¿en qué te puedo ayudar?-, le conteste interesado, en lo personal pienso que estos chicos que llegan aquí, son la consecuencia de una serie de desafortunadas coincidencias familiares y sociales.  -Fíjate que vengo de los juzgados, me acaban de dar mi sentencia, seis años y 2 meses- me contó con la cara de preocupación y susto de quien finalmente descubre que infringir la ley, tiene consecuencias. -Qué pena, pero no te deprimas, la vida sigue y a pesar de todo hay que continuarla de la mejor manera posible- le conteste con esta disciplina aprendida durante todos estos años de encontrarle invariablemente lo positivo a las malas noticias, la esperanza a la desconfianza y la fe a lo imposible. -Y si hago todo eso ¿se reduce mi sentencia?-, pregunto esperanzado, -No se reduce, porque tu sentencia es por un delito grave y para ellos no existen beneficios, pero vives mejor y aprendes cosas-, le conteste con sinceridad, -Pero “Psicólogo” eso es injusto, entonces de que sirve “portarse” bien para que ellos vean que ya estoy readaptado y que puedo salir antes-, repuso un tanto enfadado, me quede mirándolo y entonces entendí lo que “chucho” necesitaba, me levante y me senté junto a él, aquí he tenido que reaprender mi oficio, en ocasiones hay que dejar el título para ser simplemente el ser humano, cambiar el consejo profesional por la experiencia personal, aprendida dolorosamente a partir de los errores cometidos. 

-Hijo, no se trata de agradarle a nadie, no tienes que demostrar nada, se trata de entender tus defectos y trabajar duro para mejorar, piensa en todas las cosas que puedes hacer en todos estos años, aquí en el centro de reinserción puedes terminar tus estudios, aprender un oficio y trabajar para ayudar a tu familia, practicar algún deporte y congregarte en alguno de los cultos religiosos que hay, tómalo como una oportunidad para ser una mejor persona, has planes, ten proyectos y celebra tus logros porque eso es lo correcto y lo más importante, nunca, por ningún motivo cuentes los días que te faltan para salir- Me miro y sonrió esperanzado, esa es la maravilla de los jóvenes, su capacidad para reinventarse e ilusionarse de nuevo, un apretón de manos al estilo penitenciario concluyo la sesión.
La situación cambia cuando las sentencias son largas y los internos penitenciarios son más grandes de edad y es que hablar de alguien mayor de treinta años con una sentencia de veinte o más años, es mucho más complicado.

Una noche, estábamos en la capilla en un ensayo del coro de la misa dominical, cuando un hombre como de unos 40 años se derrumbó frente al altar y comenzó a llorar, se llama “Agustín” y en la mañana había sido sentenciado a 35 años de prisión. Nos acercamos para auxiliarlo, aún estaba en el proceso de comprender lo que eso significaba, -Cuando yo salga, si llego vivo a esa edad, seré un viejito, que va a pasar con mi familia, con mis hijos-, balbuceaba y buscaba alguna posibilidad, alguna esperanza, -¿Es cierto que si tengo buen comportamiento salgo antes?- la mayoría de los que formamos el coro somos internos que cumplimos sentencias largas, casi todos ya hemos solicitado los beneficios de libertad anticipada y todos hemos descubierto que esa ley, es letra muerta. Así que solo le hablamos de nuestra experiencia para que no se hiciera falsas ilusiones, a pesar de todas las buenas intenciones de los legisladores, los jueces consideran que la única manera de rehabilitarse es cumpliendo la totalidad de la sentencia y a eso le llaman proporcionalidad de la pena. 

-Pero yo he sabido de personas que salen libres antes aun con sentencias largas, ¿que no todos somos iguales?- hizo un último intento, “Manuelito” le contesto de la manera más sutil que pudo -Mira, ciertamente que la ley dice que todos somos iguales, sin embargo es cierto también, que hay algunos más iguales que otros y entre esos iguales no está considerado el ciudadano de a pie como nosotros-, le dijo palmeando su espalda y mirándolo a los ojos concluyo, -Toma un consejo, a veces es mejor estar dispuesto a dejar la vida que teníamos, para así poder entender la vida que nos espera-.

Cierro esta entrega con una súplica para usted, estimado lector, no viva todo esto, por favor no cometa ningún delito, no tome lo que no es suyo, aunque la oportunidad sea inmejorable y usted suponga que nadie se dará cuenta, no prometa ni ofrezca a cambio de nada lo que no puede cumplir, disfrute de una placentera vida sexual, pero con una sola pareja y aunque entiendo que hay ocasiones en que en verdad quisiera asesinar a alguien, no lo haga, gobierne su carácter y disfrute del bien más preciado que puede haber después de la salud, la libertad…que así sea…

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