jueves, 11 de diciembre de 2014

De hombres poco ilustres

Hace unos días unos amigos me cuestionaban acerca de quiénes eran las personas más singulares que había conocido durante el tiempo en el que he vivido en el centro de reinserción social del estado. 

Haciendo memoria de estos años, recuerdo a varios de ellos y sin la intención ni el ánimo de destacar, promover o ensalzar a hombres que han cometido actos que tienen que ser castigados por las leyes de la sociedad, de pronto se me ocurre que puede resultar interesante conocerlos, en lo personal muchas de sus ideas y reflexiones me han permitido entender mejor las motivaciones y razones de la gente común para hacer tal o cual cosa. Así que en esta entrega compartiré con usted estimado lector, la historia de uno de los personajes que me han parecido más singulares de este extraño reino de Malolandia.

Iniciare diciendo que le decíamos “Don Juanito”, un hombre que si la estafa en México tuviera escuela oficial, figuraría en el prólogo de todos sus libros de texto.

Era de Sotuta, Yucatan, de donde fue Nachi cocom, aquel ultimo gobernante maya que dio tanta batalla a los conquistadores y que con su rendición se dio por concluida la dominación española al pueblo maya. 

A lo mejor porque nació en esta ciudad centenaria, rebelde y sabia, “Don Juanito” tuvo siempre una filosofía particular. Vivió feliz por naturaleza y por oficio. Nunca ejerció la violencia, todo era a base de talento y simpatía, un auténtico mestizo ladino.

Estaba dotado para el engaño y para embaucar, igual que otros lo están para la música, las matemáticas o la política. Fue fiel a sí mismo: un estafador de cuerpo entero hasta el final, cuando lo conocí tenia setenta y dos años, que ya son años y aún tenía arte y labia para engañar, lo hacía con el médico que le expedía la autorización para pasar alimentos restringidos o con la trabajadora social para que le dejara pasar visitas adicionales.

Su familia lo visitaba con mucha frecuencia y recuerdo a una de sus nueras que se enfadaba cuando “Don Juanito” se ponía a contarles peripecias a los nietos. -No le hagan caso a su abuelito, son chistes e inventos que hace-. Pero los chiquitos no tenían un pelo de tontos y escuchaban aquellas aventuras sin escandalizarse, como se escucha a los abuelos que saben contar las cosas: con interés, benevolencia y cierto cariñoso escepticismo.

En sus tiempos de esplendor “Don Juanito” hizo muchas estafas, jugando casi siempre con la avaricia o la ambición de los incautos, decía con mucha autoridad y algo de razón -Sin la complicidad de otro sinvergüenza, que es la víctima, rara vez funciona esto- contaba que estuvo a punto de vender el castillo de Chichen Itzá a un turista europeo millonario mostrándole unas copias con jeroglíficos que tomo del chilam balam y diciéndole que esas eran los auténticos documentos de propiedad y que provenía directamente de la dinastía de los Xiu.

Toda su vida fue una inmensa estafa, nunca trabajó, ni cumplió otras leyes que las de la calle y las de sus colegas, nunca en su vida pago impuesto alguno, excepto el IVA, porque venía con los precios y ahí no encontró manera de escabullirse. 

Tampoco tuvo remordimientos, se justificaba diciendo que los mayores estafadores son los políticos, desde cualquier presidente de la república hasta el último alcalde de pueblo más pequeño. -Prometer lo que de antemano sabes que no se puede cumplir, eso es una estafa- solía decir, sin embargo tuvo suerte: sus hijos, nueras y nietos aunque no comulgaban con sus ideas ni su carácter, lo adoraban y lo cuidaron en la vejez. 

Siempre quiso volver a su tierra, así que al morir llevaron sus cenizas a Sotuta y las echaron al cenote. Y no dudo ni por un momento que apenas llegado al Purgatorio con miles de años de condena por delante, “Don Juanito” se las haya arreglado para estafarle a alguien unas indulgencias plenarias… Que así sea…



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