miércoles, 10 de diciembre de 2014

Abuelos, héroes y cajones

Domingo por la mañana, el clima es nublado y lluvioso a ratos, de esos días que son melancólicos y reflexivos para algunos, perezosos y arrulladores para otros. Más temprano había puesto café en una olla con un poco de canela, así que el cálido y característico aroma ya inundaba el ambiente de la celda del centro de reinserción social en la que vivo. 

Este domingo es especial porque es el previo al de mi cumpleaños y desde el primero que pase en este lugar, recibo la visita anual del trio de los “Tonys”, integrado por mi buen y leal amigo Toño, su papá don Antonio y el hijo y nieto de ambos Tony. A lo largo de todos estos años el acuerdo no ha cambiado, a ellos les toca traer el pan bueno y a mí preparar el café

Los primeros años, sus visitas eran de pésame, solidarias y cortas , preguntaban sobre mi situación jurídica de ese momento, los avances o retrocesos familiares y las actividades nuevas a las que me estaba dedicando, expresaban palabras de consuelo y se iban, pero conforme fueron pasando los años las visitas se fueron volviendo más relajadas, amenas y con ello de mayor duración, ahora me contaban sus novedades familiares y aprovechaban para acusarse unos a otros sobre diferentes cosas, volviéndose su visita anual una especie de catarsis familiar en la que con el pretexto de mi oficio buscaban que mediara o dictara algún tipo de sentencia en alguna controversia que tuvieran. Tengo que reconocer que de todas las visitas que recibo a lo largo del año esta es una de las que más disfruto y es que esta relación Abuelo-hijo-papá-nieto en todas sus variantes, está llena de complicidades y alianzas así que observarlos interactuar es verdaderamente entrañable, resaltando mucho la forma tan franca que tienen para decirse entre ellos las cosas, algo que Don Antonio ha inculcado en su hijo y en su nieto.

Los golpes en la puerta me sacaron de mis pensamientos, fieles a su cita anual, ahí estaban los “tonys”, después de los saludos y cortesías de rigor nos sentamos alrededor de humeantes tazas de café y de una hojaldra de jamón y queso de bola que estaba deliciosa. Mientras platicábamos de cualquier cosa, los observaba, Don Antonio ya refleja los ochenta años que lleva a cuestas, este año falleció su esposa, Doña Consuelo, con la que vivió 54 años y eso le afecto mucho, no se le veía con la vitalidad de otros años, había perdido peso, tenía manchas obscuras en la piel y un ligero temblor en la mano derecha. -Ahora mi papa vive con nosotros- me dijo con una mirada preocupada mi amigo Toño, -pero la verdad, es que no se está portando muy bien- iniciando la ronda de acusaciones, el joven Tony que cuando me visito la primera vez tenía diez años, ahora tiene veintiuno, le siguió el juego a su papá, -Pero nada bien, hay días en los que estoy harto de que este viejo se quede dormido y ronque en cualquier parte o que se orine fuera de la taza porque le tiembla el pulso, o fume a escondidas los cigarros que roba del paquete que tengo en un cajón de mi cuarto y que además lo revuelva y desordene todo. A veces pienso porque no se lo llevan a una casa de retiro, donde dicen que a los ancianitos los atienden muy bien-. Concluyo con esa franqueza que le habían enseñado desde niño.

Don Antonio se apuro a tragar un pedazo de hojaldra que dada la ausencia de varios dientes, mascaba desde hacía ya varios minutos y dirigiéndose a mi dijo con su característica voz áspera y fuerte, -¿Ya te fijaste?, cría cuervos y te sacaran los ojos, por eso ya decidí que toda mi herencia la voy a donar a instituciones de beneficencia- el comentario produjo carcajadas y abrazos espontáneos, estas eran las maneras particulares y cotidianas de tres hombres de generaciones distintas a quienes unía algo más que el apellido. 

Sin embargo flotaba en el ambiente la sensación de que probablemente esta sería la última vez que vería al trio completo, por ello fue que el resto de su visita fue dedicada a don Antonio, quien aprovecho para platicar muchas de sus anécdotas y aventuras de vida, esas que nos ocurren a todos, pero que convierten a las personas comunes en los héroes de historias con las que se podría escribir un libro. 

Don Antonio nos contaba las cosas con el descaro de quien está más allá de cualquier convencionalismo social, así que descubrí que en el transcurso de su vida paso por momentos de gloria y de fracaso, sufrió humillaciones y victorias. Se equivocó y acertó muchas veces, tuvo una mujer que lo amo y a la que amo fielmente, hombres que le confiaron su patrimonio, amigos que apreciaron su amistad. Dejo hijos y nietos. En fin, fue como somos todos: ni completamente bueno, ni completamente malo. 

Entendí porque va clandestinamente en busca de los cigarros que los médicos y su familia le niegan y se queda un rato registrándole los cajones. No es por curiosidad entrometida, sino porque allí, tocando las cosas de su nieto, lo comprende y reconoce, dándose cuenta de todo lo que el joven no sabe y que el daría lo que fuera por poder enseñárselo para evitarle aunque fuera una mínima parte del dolor, del error, de la soledad, de los muchos finales tristes que tarde o temprano, en mayor o menor medida, a todos nos aguardan agazapados en el camino. 

Al final de la visita, las despedidas y la promesa del siguiente encuentro, -Cuídese mucho don Antonio, nos vemos el próximo año- le dije al abrazarlo, -Claro que sí, pero será contigo en libertad- me respondió con una sonrisa de complicidad, finalmente, los dos sabíamos que mentíamos… Que así sea…

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