sábado, 12 de julio de 2014

El delicioso regaño de mamá


…Eran las 4 de la tarde de ese jueves memorable en el que mi amigo “Nacho” me visito después de haber salido libre seis meses atrás, estaba lluvioso y melancólico, habíamos pasado casi todo el día juntos, a ratos sentados en las mesas del comedor, a ratos caminando por el centro de reinserción social, donde durante diez años forjamos una entrañable amistad.

Durante su visita me había platicado el momento de su salida y los primeros días en libertad, con lágrimas en los ojos se había desahogado contándome de la profunda y larga plática que tuvo con Dios y como en este encuentro en libertad descubrió como había madurado su relación con él, a partir del tiempo que había pasado aquí.

Nos quedaba un tema pendiente, que además de delicado era particularmente doloroso, “Nacho”, había perdido a su madre hacia dos años, cuando aún estaba privado de su libertad, recuerdo que lo acompañe durante esos días difíciles, desde que le habían anunciado que se encontraba muy grave en el hospital, víctima de un infarto que la había dejado postrada, hasta el momento en el que le avisaron de su muerte.

No existe una situación de mayor impotencia y frustración que la de no poder estar cerca de la persona que te dio la vida en el momento en el que da su último suspiro, ciertamente que no es algo en lo que se piense mucho, pero poder tener entre tus manos la suya, poderle cerrar los ojos y darle el último beso, es un privilegio que tratas de ganarte durante toda la vida.

“Nacho”, como consecuencia de sus actos, no pudo ni siquiera pensar en ese privilegio, alcanzó y gracias a la humanidad y buenas gestiones del Director de este centro penitenciario a que lo llevaran al hospital y que en medio de medidas de seguridad prudentes pero a veces tan innecesarias, estar diez minutos con ella, despidiéndose, agradeciéndole todo lo que había hecho por él durante los casi 50 años en los que había sido su madre, besando cada arruga de su rostro, acariciándole el pelo canoso y prometiéndole que estaría bien y que podía irse tranquila y descansar, que había hecho un gran trabajo y que era hora de recibir su recompensa. Ella no pudo contestarle, había perdido la conciencia, emitía esos sonidos guturales que hacen quienes agonizan, sin embargo el lo interpreto como la ultima bendición que su “viejita le daba. “Nacho” estaba seguro que su madre era una santa y que se iría al cielo

Cuando le avisaron de su muerte, estuvo sentado en la litera de su celda por horas, abrazaba un chal de ella, que había olvidado la última vez que lo visito y que aún conservaba su olor característico, ese olor particular que cada madre tiene y que solo puede ser reconocido por los hijos. Lo tenía entre sus brazos y hacia un movimiento con ellos, como si lo arrullara y a ratos lo besaba con infinita ternura.

El “chivo” y yo entramos a verlo y nos sentamos cada uno de un lado, no dijimos nada, solo lo acompañamos, cualquier palabra en esos momentos en los que el corazón literalmente te duele, esta de mas, la sinceridad del pésame se refleja en el silencio de la compañía solidaria.

Con esos antecedentes, preguntarle acerca de su visita en libertad a la tumba de su madre, había que hacerlo con delicadeza extrema, suponía que se iba a volver un mar de lagrimas cuando me lo contara y temía que eso le hubiese dejado resentimientos contra las personas por quienes había permanecido doce años en la cárcel.

Sin embargo su relato fue sencillo y relajado, me platico que había llegado hasta la iglesia en la que se encontraba la cripta donde reposaban los restos de su madre, llevaba un ramo de tulipanes que había cortado de su jardín y que eran las flores preferidas de ella, se paro frente a donde estaba y comenzó hablarle de cómo habían sido estos años sin ella, de cómo había salido y de todo lo que había cambiado. Le ofreció que se portaría bien y que la llevaría siempre presente en cada cosa que hiciera.

“Nacho” me conversaba que ahora visita a su mama con más regularidad que cuando ella estaba viva, me decía que durante estos años que estuvo preso hizo de ella su mejor amiga y su confidente, así que ahora la visita en la iglesia y le platica sus cosas y en una creencia muy de él, dice que su mama le responde en sueños, siempre de la misma manera, sentados en la terraza de su casa, ella en una mecedora zurciendo calcetines y el sentado en el suelo, jugando con sus cochecitos e imaginando que los pies de mama son grandes puentes que hay que cruzar, hasta que le lastima un juanete y lo regaña… con ese delicioso regaño de mama, que responde todas sus inquietudes.

“Nacho” se fue al termino de la visita, pero me dejo con sus historias las ganas de repetirlas, revivió la esperanza de que pronto podre contarle a alguien que aun este aquí, las mías propias… Que así sea…



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