viernes, 25 de julio de 2014

Días que valen la pena

 De las cosas más difíciles con la que hay que lidiar durante el tiempo en el que estás privado de tu libertad, es con el tedio; en el Centro de Reinserción Social todos los días son iguales, del mismo color, con los mismos olores y sabores, da lo mismo que sea miércoles, viernes o domingo, la rutina no cambia. Así que, una de las tareas principales para mantener el buen ánimo y el optimismo, es buscar cualquier cosa que haga de ese día, uno particularmente especial, aprendes a darle importancia a las cosas sencillas, domesticas y cotidianas: llamadas telefónicas, una visita inesperada, el cumpleaños de algún compañero, la gata que tuvo a sus crías, un maravillosos arco iris, el juego de la selección, etc., en fin se trata de buscar razones por las cuales recordar porque ese día valió la pena y así no sentir tanto la sensación del tiempo desperdiciado.

En lo personal, una de las cosas que me parecen más significativas para hacer un día especial, es cuando algún interno ha cumplido su condena y obtiene su libertad, aquella persona que ha cometido un error que tuvo que ser castigado por las leyes de los hombres pero que pago su deuda con la sociedad y sale a reintegrarse a ella, esperando merecer el reconocimiento de esta, porque ha recuperado la dignidad que de alguna forma le fue quitada cuando ingreso a la cárcel. 

Este fue el caso hace unos días de mi amigo “el chel”, llegó un poco después que yo y cumplió una condena de diez años con seis meses, casado, hoy feliz padre de una adolescente de 15 y un niño de 9 años, “dicharachero”, simpático, nunca toma nada en serio, con la broma y la chanza entre sus labios, especialista en los apodos, casi siempre con alguna ocurrencia que arranca la sonrisa espontánea y sincera.

El día de su salida, regaló sus pertenencias entre los compañeros más necesitados, luego fue despidiéndose de cada uno, dando consejos a los más nuevos, aquellos que todavía comenzaban su proceso de rehabilitación social, estuvo recordando anécdotas con los antiguos, los que habíamos vivido con él durante todos estos años, era enternecedor observar escenas de afecto desinteresado en un lugar tan duro como este; ya era de noche y solo le restaba esperar a que lo llamen, se acerco hasta donde estaba poniéndole “brazos” a una hamaca -“Psicólogo” me puedo quedar contigo mientras me llaman- me dijo con expresión infantil, -claro “chel”- conteste sin saber si tomarlo en serio -¿cómo te sientes?- Pregunté, solo por hacer platica, el  cruzo los brazos, tenía la mirada fija en ninguna parte, como si buscara en lo más profundo de su ser la respuesta exacta a una pregunta que en ese momento y sin que fuera la intención le calaba muy hondo, al final respondió para el mismo, -Haber estado preso te hace valorar cosas elementales de la vida, sin embargo también te marca para siempre, tengo mucho miedo de cómo me trate la gente, de no encontrar empleo pronto, de que mis hijos “me lo echen en cara” alguna vez, que mi esposa me haga menos; ¿tú crees que eso me pase?- en situaciones como esta, he aprendido que la sinceridad es lo mejor, no existen las mentiras “piadosas” -“chel” cualquier cosa que pueda decirte no será mas que un buen deseo- contesté, se quedó un rato en silencio y continuó su reflexión -¿Sabes cuales fueron los momentos más duros? las noches cuando hablaba por teléfono a mi casa, y mis hijos preguntaban ¿papito cuando vienes?- en ese momento me recordó todas las noches que fui su “paño de lágrimas” tratando de buscar palabras de aliento, a veces en donde no las había. -Lo bueno es que todo esto se acabó, en un rato voy a estar libre y entonces conoceré mi realidad- dijo con voz profunda, -la realidad es aquello que cuando la fe y la esperanza desaparecen aún está presente- le contesté para terminar la charla.

A lo lejos gritaron su nombre, los compañeros comenzaron arremolinarse junto a la puerta de salida, se levantó, me miró y nos estrechamos en un abrazo sincero, de eso que reconfortan -eres libre “chel”, aprovéchalo-, le dije en un susurro, nos sonreímos con esta complicidad que solo se da entre personas que han pasado por la misma experiencia, -que la vida nos encuentre alguna vez en la calle- fueron sus palabras de despedida, lo vi alejarse hasta cruzar la reja sin volver la vista atrás, así marca la tradición, después que salió, un silencio nostálgico invadió el módulo, poco a poco todos regresaron a sus quehaceres, retomaron la rutina, sí, la de todos los días, sin embargo para mi, habrá valido la pena, porque fue el día en el que se fue libre, mi amigo “el chel”.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario