viernes, 27 de junio de 2014

De culpas y calidad moral


Alguna vez escuche la frase de: la vida es como una rueda de la fortuna, a veces estas arriba y a veces abajo, a lo largo de mi vida, esta ha sido una sensación que he experimentado en varias ocasiones, con una particularidad adicional, cuando más seguro te sientes arriba, viene la bajada y cuando más abajo te encuentras, invariablemente comienzas a subir, porque como dice la sabiduría popular, “La vida siempre ofrece revanchas”.

La semana pasada tuve aquí en el centro de reinserción social un encuentro completamente inesperado que además, vino a confirmar lo que les comente anteriormente, estábamos trabajando con  el módulo de los pacientes psiquiátricos cuando “el Camellito” un custodio que tenía en la espalda una protuberancia en forma de joroba, me llamo para decirme que había una persona que preguntaba por mí, -Dice que te conoce, “psicólogo”, que es tu amigo, que le urge hablar contigo y que lo conoces como el “Jordán”- concluyo “el camellito”.

Termine la actividad que se realizaba y me dirigí hacia donde el custodio me indico, en el camino recordé al “Jordán”, habíamos sido amigos desde jóvenes, pertenecimos al mismo grupo apostólico y fuimos compañeros de muchas anécdotas y aventuras.

Hace casi once años, cometí una desafortunada cadena de errores cuyas consecuencias fueron graves hasta tal punto que me trajeron a la cárcel, esto ademas acompañado de todas las consabidas perdidas, familia, patrimonio, reputación etc., los primeros meses en los que estuve aquí, una de las personas a las que busque fue al “jordan”, pero no fue posible ni siquiera que me tomara una llamada, los años fueron pasando y poco a poco tuve la oportunidad de comenzar a escribir y a publicar de manera frecuente, “Jordán” me hizo llegar una carta en donde básicamente me cuestionaba la “calidad moral” con la que me atrevía a escribir a los demás sobre las cosas que me pasaban y me invitaba a cumplir mi sentencia de forma silenciosa y honorable.

Al entrar al módulo, me lo encontré sentado junto a un árbol, con la cabeza metida entre las manos, casi no lo reconozco y es que desde que llegue aquí al centro de reinserción no lo había vuelto a ver y ahora estaba con bastante kilos de más y con bastante menos pelo que como lo recordaba, era alguien que había sido muy apreciado por mí, lo llame por el apodo con el que nos referíamos a él, -“Jordán” ¿eres tú?, ¿qué te paso?, ¿Qué haces aquí?- levanto muy despacio la cabeza y al verme literalmente se arrojó a mis brazos y comenzó a llorar, era como una presa que hubiera abierto sus compresas. Cuando se pudo tranquilizar un poco, me conto entre hipos y sollozos la historia, por cuestiones de espacio y de respeto la sintetizo, era el Gerente de autoservicios de una compañía de carnes frías, así que tenía mucha interacción con edecanes y demostradoras, en un momento de debilidad sostuvo un “romance” que incluyo relaciones sexuales con una de ellas, que aunque no los aparentaba tenía 17 años de edad, los papás de la chica se enteran y lo denuncian por violación y corrupción de menores, nada menos que la “triada maldita”, un delito sexual, cometido contra un menor de edad, por un ascendiente.

En el medio juridico esto no es una cuestión de justicia o de inocencia, es una cuestión de supervivencia laboral, ningún juez que quiera continuar su carrera en el poder judicial se atrevería a absolver a nadie por semejante delito, sin importar si lo cometió o no. Probablemente y dependiendo de muchos factores más adelante algún órgano colegiado podría revisar a conciencia el caso y determinar una sentencia distinta. Pero en este momento era una sentencia condenatoria.

“Jordán” me hablo de amparos, de abogados influyentes, de familiares que conocían desde al gobernador hasta al juez que tenía su caso, de arreglos bajo la mesa y de salidas rápidas, sería un incidente sin consecuencias, reflexiono acerca del número de personas hay en la calle que cometen delitos y no les hacen nada. También hablo de su familia, de su esposa sorprendida e incrédula que aún no podía entender que pasaba, de hijos que preguntaban cuando regresaría papá de viaje, porque eso les habían dicho. – ¿Es cierto que pueden ser hasta veinte años de prisión?, me pregunto llenándosele de nuevo los ojos de lágrimas-

Me senté junto a él y le hable de resignación y entereza, le aconseje no dejarse engañar por abogados deshonestos que aprovechando su desesperación y la de su familia les prometen cosas imposibles, que mejor cuidara y administrara su patrimonio porque le quedaba una largo camino por andar. También le hable reconocer los errores cometidos, de asumir las consecuencias de sus actos, que Dios tenía un propósito para haberlo traído hasta aquí y que se aferrara a su fe. Finalmente le dije que si hacia todo eso, seguramente se sentiría con “la calidad moral” por estar pagando su error, para poder hablarle a los demás de lo que estaba viviendo...

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