miércoles, 18 de febrero de 2015

La justicia una consecuencia de nuestros actos

Algo con lo que se trabaja cada día con los internos de un centro de reinserción social es con el concepto de justicia y por supuesto, con el de la injusticia.

Hablar de justicia con alguien que está siendo procesado por haber sido acusado de cometer un delito o que ya ha sido sentenciado por una falta, es un trabajo singular y delicado porque generalmente es ahí donde observas el grado de éxito que tiene la terapia psicológica y por ende la rehabilitación social que va teniendo el interno.

Este éxito se basa en la capacidad que van adquiriendo para aceptar que cometieron un delito y lo más importante, que merecen un castigo por ello. En el caso de nuestra sociedad este castigo es la privación de la libertad o como ahora se ha comenzado a decir, “la terapia en cautiverio”

Al inicio cuando llegamos, absolutamente todos somos inocentes y están cometiendo con nosotros, una tremenda injusticia, todos fuimos torturados durante días hasta que confesamos nuestra culpabilidad y a todos nos “sembraron” pruebas para inculparnos, las personas que nos acusaron le pagaron mucho dinero a policías judiciales, fiscales y jueces para que nos consignaran, procesaran y finalmente sentenciaran por delitos que no cometimos, lo más que podemos aceptar y reconocer “es que estábamos en el lugar equivocado en el momento equivocado”.

Con el paso del tiempo, poco a poco, con trabajo y constancia, uno aprende a reconocer sus errores y comprende que todos los actos que hacemos tienen una consecuencia y que tarde o temprano hay que asumirlas, si los actos que realizamos en nuestro diario andar por la vida, han sido buenos, entonces recibiremos cosas buenas de ella, es una ley universal, pero si no lo son, si hemos cometido actos malos y deleznables entonces las consecuencias serán del mismo tipo. La abuela decía “Dios no castiga, la vida se cobra”

Es así, que muchos de los que en un inicio decían ser víctimas de tremendas injusticias, ahora comprenden y asumen sus errores, reconociendo que deben ser castigados por las leyes de los hombres, aceptando sus sentencias con resignación y tratando de modificar las conductas que los trajeron hasta aquí. De esta manera comienza el verdadero proceso de reinserción social, con el reconocimiento del delito cometido y la aceptación de las consecuencias que ello implica.

Sin embargo hay un grupo menor de personas que aun insisten en su inocencia, que dicen que: han sido víctimas de una injusticia, que fueron torturados y que les “sembraron” pruebas, que los testimonios fueron falsos y las declaraciones alteradas.

Los que aseguran que en nuestro pais no importa que hiciste, importa a quien se lo hiciste, que la celeridad o lentitud del proceso y que lo expedita y pronta de la ley, depende de que tanto convenga que estés privado de tu libertad, que los jueces se pueden comprar y que estos inclinan la balanza de la justicia a favor de quien más les convenga a ellos o a esas personas a quienes no deben contradecir.

Ante estas afirmaciones uno puede tomar dos posturas, la primera es la de que son ciertas, eso es exactamente lo que sucede, pero que hay que ser institucionales y no se pueden aceptar, si un interno insiste en eso, es porque aun no está lo suficientemente rehabilitado y que si llegara a solicitar beneficios de libertad anticipada no se le deberían de conceder porque no cumple con el primer requisito de la reinserción que es precisamente el reconocimiento del delito cometido y la aceptación de las consecuencias que implica, así que lo mejor es, que cumpla toda su sentencia con la esperanza que al final si pueda llegar a esas conclusiones.

La segunda postura, que es en la que creo, es la de pensar con firmeza que estas cosas no ocurren, que todos los involucrados en la detención, averiguación, consignación, juicio y determinación de una sentencia que le cambiara la vida por completo a una persona, lo hacen con total responsabilidad y objetividad, que nada ni nadie interfiere en sus acciones al hacerlo, que no se opera con ninguna consigna, que aquel dicho de “a este, hay que pisarle la cabeza”, no es más que un mito que se ha formado por dichos de personas que no tienen la capacidad de aceptar sus errores.

Hoy más que nunca la sociedad necesita confiar en la honestidad y transparencia de sus instituciones, principalmente en las que se ocupan de la procuración de la justicia, que todas las personas son juzgadas de la misma forma, finalmente nadie está exento de cometer actos malos cuyas consecuencias tenga que ser valorada por un juez y saber, que estos actúan siempre con sensatez, prudencia y absoluta imparcialidad siempre da confianza.

Porque de no ser así, pues, solo nos quedaría recordarles la reflexión de la abuela, Dios no castiga, la vida se cobra…Que así sea.

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