martes, 24 de febrero de 2015

Delitos por adicción

Su nombre es Matías, tiene 21 años, es adicto a la marihuana y la cocaína en su modalidad de “craak”, llego hace como diez días al centro de reinserción social, consignado por el ministerio publico por el delito de robo con violencia.

Lo encontré acurrucado junto a un árbol del campo de futbol en el centro de reinserción social, temblaba como una hoja, sudaba frió y tenia nauseas, estaba delgado, ojeroso, su aspecto era lamentable. Sufría del “síndrome de abstinencia”, que básicamente son las reacciones corporales que ocurren cuando una persona con adicción a sustancias psicoactivas deja de consumirlas.

Un vaso de agua muy fría y unas galletas saladas ayudan con los síntomas físicos y sentarse junto a ellos, mirarlos a los ojos cuando hablan, escuchar sus tristezas con paciencia y aún cuando no se justifiquen, respetar sus sentimientos, ayuda en lo emocional, para que se sinceren y se desahoguen.

Matías es el producto de una familia de clase media baja, con muchas carencias, aunque siempre con un plato de comida en la mesa, un techo donde dormir y la posibilidad de asistir a una escuela pública, pero para ello, papá y mamá debían trabajar buena parte del día, así que casi siempre había estado, junto con sus 3 hermanos, a cargo de la abuela, una mujer cansada, a quien ya le había tocado sacar adelante a su camada.

A los 12 años su primer cigarro, con la pandilla que se reunía a jugar “cascaritas” de futbol en el parque de la colonia, a los 14 su iniciación, un “toque” a un cigarro de marihuana, a los 16 no podía empezar el día si no estaba “Grifo”, aun podía hacer sus actividades sin afectar a nadie y pasando desapercibido en su familia, las gastadas, los mandados y las propinas, alcanzaban para una adicción que no resultaba tan costosa. A los 19 años, apenas había logrado terminar la secundaria, había intentado continuar la preparatoria, pero entre las deficiencias académicas que el propio sistema le dio, la desatención de la cada vez mas cansada abuela y la indiferencia de sus padres en plena crisis de los cuarenta, finalmente se convirtió en un desertor más en la estadística.

Ya siendo mayor de edad, con secundaria terminada y con credencial de elector, pudo conseguir un mejor empleo, entro a una farmacia como dependiente. A partir de ahí todo se volvió cuesta abajo, los elementos para convertir a un joven normal en un delincuente, se comenzaron a juntar, padres indiferentes que consideraban que su labor había concluido, habían sacado adelante a su hijo porque ya tenía un buen trabajo, una pandilla que se había convertido en su familia y de quien escuchaba consejo, la adicción a una droga suave, cuyo consumo no se notaba ni afectaba tanto sus acciones cotidianas y finalmente un ingreso económico mayor, que le permitía voltear hacia placeres más caros.

A los 20 años, su primer contacto con la cocaína, primero en polvo, después en forma de “piedra”, una sustancia que por sus componentes se vuelve altamente adictiva, pronto ya no pudo controlarlo y comenzó a robar para mantener la adicción, un día los dueños de la farmacia lo descubrieron y Matías en su afán de salir de ahí, los amenazo con una navaja, llamaron a la policía y… 

Aquí esta, temblando frente a mí, acurrucado junto a un árbol en el centro de reinserción social con un pronóstico de sentencia de entre cinco y doce años.

Su historia es muy similar a las muchas que he escuchado trabajando con jóvenes a lo largo de los años que llevo dando orientación psicológica, tanto fuera como dentro de estos muros. Y es que por lo que me ha tocado observar, la mayoría de los delitos se cometen siempre en estados alterados de conciencia (drogados, alcoholizados o muy estresados), algunos terminan en un confesionario, otros en un consultorio psicológico o psiquiátrico y otros más en una declaración preparatoria frente a un juez, aunque la falta sea la misma, todo depende de la alcurnia y apellido de la familia.

En este caso a Matías le toco ser de los últimos, el esfuerzo familiar alcanzo para un plato de comida en la mesa, un techo donde dormir y la posibilidad de asistir a una escuela pública. Valores, consejos, recomendaciones y regaños cuando fuera necesario, era demasiado pedir para una familia con cuatro hijos abrumada por las cosas cotidianas del día a día.

Sin embargo, pareciera que a pesar de del esfuerzo cotidiano para mantener a la familia, el estar ahí para ellos, siempre sera la mejor manera de prevenir los delitos...Que así sea...

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