martes, 5 de agosto de 2014

La crisis del primer año

  El ruido de las llaves, el candado que se abre, el pasador de la puerta que se corre y la voz del vigilante, me despiertan del sueño poco profundo que tengo desde que vivo en el Centro de Reinserción Social, me siento en la litera y aún adormilado pregunto -¿”Papá oso”, que pasa?- Parado en la puerta, con la luz dándole en su inmensa espalda, su cabeza mas grande que su cuello se evidencia, el exceso de vello corporal, su trato amable y paternal con los internos además de sus características físicas, han dado origen a su sobrenombre. –Psicólogo- me responde -ayúdame, son las tres de la mañana y el “chilango” no ha dejado de llorar desde que habló a su casa en México, ya no sé que hacer, de verdad me da mucha lástima-.
 
Mientras me visto, visualizo mentalmente a este personaje, llegó hace como 10 meses, acusado de robar un cajero automático, hasta hoy no ha sido sentenciado, es casado, padre de dos hijos menores de 12 años, durante el tiempo que ha estado aquí, lo han visitado en tres o cuatro ocasiones, toda su familia vive en el Distrito Federal.

-Listo, vamos a verlo- le digo a “papá oso” que impaciente espera y se lamenta -tengo una suerte, ¿por qué siempre en mi turno es cuando tienen que pasar estas cosas?-, lo miro y le sonrío, a veces hay preguntas que no tienen respuestas. Nos dirigimos hasta la celda del “chilango”, en el camino imagino que me asomaré a esa gruta que es la mente del ser humano y miraré una vez más el sufrimiento con sus mil rostros. Durante estos años, he mezclado mis tristezas con las de mis compañeros, enseñando a secar sus lágrimas, a partir de haber aprendido a secar las mías, he tenido que reaprender mi oficio, aquí la psicología tiene otros parámetros.

Llegamos a la celda, su llanto se oía a través de la puerta, venía del fondo de su alma, reflejaba la inmensa angustia que el hombre estaba sintiendo, abrimos muy despacio, estaba oscuro y la tenue luz de las lámparas del pasillo, iluminó la habitación, la escena me conmovió hasta los huesos, en un rincón sentado en cuclillas con las fotos de sus hijos y de su esposa entre las manos, hacia un movimiento con sus brazos, como si las estuviera arrullando.

Emitía un quejido profundo y largo, de sus ojos ya no salían lágrimas, me acerqué, me puse en la misma posición que el, tratando de reflejar lo que estaba sintiendo, me miró fijamente, abrió la boca y su de garganta salió algo parecido a un gruñido, los espasmos y temblores de su cuerpo no le permitían hablar, lo abracé en silencio y comencé hacer con el, un movimiento parecido al que estaba haciendo con las fotos, el contacto físico, hizo que se fuera controlando, entonces empecé a entender lo que trataba de decir -Psicólogo te juro por mis hijos que yo no fui, ya no aguanto más, están a muchos kilómetros de aquí, los extraño tanto y no los puedo ver-, aproveché el momento para ponerlo de pie y ayudarlo a acostarse, mientras se acomodaba, me senté junto a el y le dije -“chilango” nuestro único recurso por el tiempo que estemos aquí, es mantener la fe y la esperanza, principalmente cuando sientas que la añoranza por la familia te ganen- -pero estar preso y además solo es muy duro- alcanzó a decir entre un hipo y otro.   ¿Saben?, Hay ocasiones en las que la gente no necesita consejos, sino solamente que lo escuchen, en silencio, con sus fotos abrazadas, se fue quedando dormido.

Por fin había superado la crisis del primer año, al salir de la celda, estaba esperándome impaciente el “papá oso”-¿se desmayó?- preguntó  -no, se quedó dormido- contesté, -¿pero va a estar bien?- insistió, lo miré y me encogí de hombros, a veces hay preguntas que no tienen respuestas…



1 comentario:

  1. Secas las lágrimas de otros después de haber aprendido a secar las tuyas"

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