Al calor de la
preguntas
Último domingo
de Marzo, hace más de 40 grados, sin embargo, las familias conviven, los niños
corretean y los papás los miran con esa mezcla de orgullo y melancolía que
caracteriza a la paternidad; al final del pasillo junto a la puerta de mi celda
y mientras urdo una hamaca, observo las escenas familiares llenas de brazos que
se entrelazan, de risas infantiles y de miradas afectuosas —extraño tanto a los
míos — es un día de visita común en el Centro de Reinserción Social del Estado.
Las
reflexiones, las teorías y las hipótesis se amontonan en mi cabeza y van
transformándose poco a poco en preguntas que me voy planteando, mientras el
tamaño de la hamaca va creciendo, porque ¿Qué ideas, que emociones y que
sentimientos pueden pasar por la cabeza de un hombre sano para convertirse en
un delincuente, para dejar de ser la persona que es: Padre, esposo, amigo,
trabajador y caer en actos delictivos que tendrán que ser castigados por las
leyes de los hombres?
¿Están
preparadas nuestras leyes y el aparato de Justicia para juzgar objetivamente a
las personas que delinquen por primera vez?
¿Cuánto es el
tiempo que un hombre debe pagar su culpa?, ¿cuánto es el tiempo que necesita
para rehabilitarse?, ¿cuánto es el proceso de transformación de los hombres que
han caído en prisión?, ¿Es posible encontrar sentimientos nobles y honorables,
conductas positivas hacia la comunidad de la que forma parte?, ¿el incremento
en las penas corporales, es la verdadera solución?; ¿quitar los beneficios de liberación
anticipada, sin importar el comportamiento del interno, no es un contrasentido
del proceso de reinserción social?
El silbatazo y
el grito de —¡se acabó la visita!— interrumpen esta andanada de preguntas, que
ya me estaban dando dolor de cabeza, junto con el bochorno de la tarde; pero
ojalá y estas puedan ser reflexionadas por aquellos que tienen la
responsabilidad, a veces nada grata, de impartir justicia en nuestro estado,
asi como por los que construyen las leyes que nos rigen.
Poco a poco las
familias se van despidiendo entre abrazos, sonrisas y lágrimas furtivas; las
palabras de aliento, las bendiciones maternas y los besos volados son parte del
pintoresco paisaje, al final solo queda la nostalgia de lo que pasó durante el
día y la esperanza de la siguiente visita.
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